viernes, 25 de diciembre de 2009

Navidad

Ayer comencé a pensar algunas cosas, hoy por la mañana al despertarme seguía con ese rollo. Jo! Malditas extremidades que me hacen mover! Maldito calor que hace que transpire! Maldito vos que me mirás como triunfante, maldito el color de sus ojos.

Nunca dominé el deseo asesino que a veces, solo a veces poseo. Anoche en la fiesta miré una persona que solo disfrutaba hablando con una joven, posiblemente su novia, y en un momento me entraron ganas de partirle la crisma de un solo golpe. ¡Con que precaución de ahora más tendría que ir ese tío!. Si fuese él ya me habría salido de la fiesta, pero no, el muy hijoputa se quedaba y seguía moviendo su bocota, llena de dientes que se disparaban para todos lados, siempre odie a las personas que tienen dientes que apuntas hacía afuera de la boca, es algo que me revienta. Yo desde un rincón lo miraba fijo, ni notó mi presencia. ¿Tan poca fuerza en la mirada tenía? Mientras tanto tomaba whisky con un poco de soda y cerveza en un vaso del tamaño de mi cabeza, tranquilamente podía ahogarme en ese vaso, de hecho quería, no aguantaba verlo a aquel tío alardear de sus dotes físicos, mentales y sus tantas amistades que seguramente lo habrían ayudado en algún proyecto decadente del cual hablaba con orgulloso. ¡Como odiaba a aquel tío! Tenía el presentimiento de que en algún momento me pasaría lo mismo con todas las personas de la fiesta. Intenté calmarme y después de un segundo en silencio y sin tomar ni una gota de alcohol me decidí a encararlo y romperle su cabezota contra la pared, abrírsela de par en par he irme triunfante y sin remordimiento. En cada paso, en cada movimiento mi odio hacía aquel insignificante ser aumentaba, lo veía ahí parado con su camiseta nueva, recién planchada, ni una sola gota de vino sobre ella, ni un solo pliegue, ni un solo agujero, su pantalón recto de ese jean más clarito , que siempre, siempre odie, sus zapatos deportivos, esos de muchos colores con cordones redondeados, los odio. Y yo sucio, lleno de cerveza en la camisa que hace poco había adquirido, lleno de grasa en mi carota, caminando sin golpear a nadie pero recto, directamente a él. Tenía una botella de vino en la mano, pensaba partírsela en el mismo momento en el que aquel desdichado pusiera su mirada en mis pequeños y desagradables ojos. Estaba muy cerca de su pantomima, seguía haciéndose el indio, tan bien le salía. Estaba cerca, a punto de cometer el asesinato cuando un extraño sentimiento de bondad vino a mí y no pude hacer nada, me dio tanto asco, me dí tanto asco, había estado horas planeando todo, y de repente no pude, me sentía un inservible, un estúpido, la peor persona del planeta. Salí de la fiesta y me di cuenta que era Navidad, con razón no pude.